I

Mi historia empezó como empiezan todas las historias... con un día normal y aburrido. Claro, que, como suele pasar en estas historias, dejó de ser normal y aburrido para volverse anormal y... ¿divertido? ¿Interesante? No sabría decirlo...

Tras un "divertidísimo" día, lancé la bolsa contra la pared y me tiré sobre la cama. Al golpe que dieron los libros al caer le respondió otro golpe de la chica de la habitación de al lado, a modo de protesta. Era un pequeño ritual: yo llegaba de mi habitual paseo tras las clases, mis bolsa y todo lo que contenía se estrellaba contra la pared y la chica de al lado, una empollona que se pasaba la vida con la nariz en un libro, pegaba una patada como protesta por el ruido, que yo ignoraba.

No es que Erin, que así se llamaba, me cayera mal, todo lo contrario, era una buena chica. Muy discreta, muy estudiosa. Lo único que me sacaba de quicio era su obsesión por los libros y el estudio. Las pocas veces que enteví su habitación, estaba perfectamente ordenada y con libros por doquier. Cuando había que hacer algún trabajo (cosa bastante común, los profesores sentían auténtica devoción por los trabajos grupales) solía formar equipo con ella y con Cristina, que ocupaba el cuarto de enfrente. Cristina era diametralmente opuesta a Erin: extrovertida, guapa y desvergonzada. Pero aún así sabía ser simpática, no como el resto de chicas, que eran un montón de Barbies ruidosas sacadas de un anuncio de compresas.

Erin, Cristina y yo no éramos amigas exactamente, pero por circunstancias (la cercanía de nuestro cuarto y nuestras respectivas situaciones personales, supongo) habíamos acabado formando una especie de grupo, extraño, pero estable.
A estas alturas, todo esto os tiene que resultar un poco extraño. He olvidado mencionar que llevo desde los ocho años metida en un exclusivísimo y aburridísimo internado inglés. ¿Conocéis Harry Potter? Pues imaginaos una escuela un poco más modernizada, sin magia y sin gracia.

La razón por la que estoy aquí es que mi padre es un arqueólogo-aventurero (Indiana Jones debió de afectarle mucho) que siempre está por ahí, sabe el cielo haciendo qué. De mi madre sólo sé que un día apareció ante mi padre, con un bebé en brazos, diciéndo que era su hija, tenía que hacerse cargo de ella (osea, de mí) y que ella tenía que marcharse. A mi padre le hizo mucha ilusión saber que tenía una hija. A mis abuelos, un poco menos.

No es que mi padre pase de mí, ni mucho menos. Todo lo contrario, me llevaba con él a todas partes y presumía de hija ante quien quisiera escucharle. Ahora me escribe a menudo y me envía regalos. Siempre aperece por mi cumpleaños, por Navidad y cada vez que participo en un festival del colegio. La idea de encerrarme fue de mis abuelos, que decidieron que no era sano para una niña ir vagabundeando por el mundo y, poco antes de cumplir diez años, me metieron en este sitio, en parte para darme una educación esmerada y ver si me convertían en la adulta educada, decente y con un trabajo normal y estable (cosa que ni mi padre ni mi madre, a su jucio, eran), en parte porque, a su edad, les apetecía tenerme a ratos y mimarme, no criarme.

El caso es que, tras cinco años en este lugar, creo que entiendo por qué mi padre prefiera pasarse la vida dando vueltas en el mundo (él también fue alumno de este sitio) y mi madre no da señales de vida desde hace años. Absolutamente todos los alumnos son herederos de grandes fortunas (yo, entre ellos, pues mis abuelos, a mi pesar, son miembros de lo que fue la aristocracia austríaca. Poco antes de la caída del Imperio Austrohúngaro, las dos familias, viéndose venir el percal, decidieron poner a salvo sus fortunas y sus personas. Una serie de inversiones muy bien hechas aumentaron aún más el patrimonio) y tenemos representantes de casi todos los países: hijos o nietos de aristócratas (o ex-aristócratas, como es mi caso), de magantes del petróleo, de los directivos de grandes empresas, de políticos, de actores, actrices y músicos... De todo. Y cuando digo todo, es t-o-d-o.

Volviendo a lo que estaba contando, tras tirarme en la cama, saqué de debajo de la almohada mi portátil (tengo la manía de esconderlo ahí, no sé por qué, porque en el colegio están permitidos y mi puerta se cierra con llave) y me dispuse a gastar mi tiempo en cosas "útiles", como comprobar mi correo y ver imágenes divertidas.

Al cabo de un rato me llegó el murmullo de la música que Cristina solía poner cuando estaba en su cuarto. Música de esa que se pone en las discotecas para bailar, de la que suena igual idependientemente de la canción de turno. A Cristina le gustaba poner la música alta, hasta que llegaba el vigilante de turno (los profesores se turnaban para patrullar los pasillos y asegurarse de que los chicos y las chicas no se mezclaban en lugares indebidos y ese tipo de cosas) y le pedía a gritos que la bajara. Cristina volvía a subir el volumen en cuanto el vigilante se alejara lo suficiente, así que el descanso no duraría mucho. Me puse mis auriculares para poder escuchar algo de música étnica. Desde pequeña me han gustado las músicas del mundo, supongo que por haber viajado tanto con mi padre.

Tras terminar de revisar mi correo y buscar algo de información que necesitaba para alguna asignatura que ahora no recuerdo, me dispuse a entrar en mi sitio web favorito: Neopets, un mundo virtual donde podías cuidar una mascota virtual, jugar a minijuegos y explorar un mundo completo. Acababan de estrenar evento (una especie de historias con minijuegos en las que podias participar y ganar premios y trofeos), así que mis neopets y yo nos dispusimos a participar y dar lo mejor de nosotros. Yo no era especialmente hábil en los juegos, pero me divertía bastante y eso era lo que importaba. Pulsé para leer la primera parte de la historieta.


Probablemente, no debería haberlo hecho...


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